Conocí a José Ignacio
Alvarado en la década de los ochenta, cuando comenzó en Valera su exitosa
carrera de arquitecto. La ciudad, entonces, había entrado en una eufórica
actividad comercial, social y cultural, estimulada con el marcapasos de una
juventud vulturina que revoloteaba, agitaba, cuestionaba y buscaba con la
confrontación de ideas y posiciones, salidas hacia nuevas posibilidades de
crecer. José Ignacio Alvarado se inscribió rápidamente en ese movimiento, en el
que se destacó con proposiciones urbanísticas renovadoras, funcionales y
estéticas, recogidas en un libro Arquitectura
para todos, y en su soledad comenzó a buscar silenciosamente luces para
encontrarse y definirse en la creación artística. Poco después se fue a
Barquisimeto, donde en una bella colina del Parque Terepaima, en un calvero de
la vastedad boscosa de Agua Viva y Rio Claro, con sonoridades musicales de
viento y follaje, levantó un taller de hierro forjado y piedra, y se dio a la
cría de caballos de paso, que son la gracia suprema del movimiento animal. En
esa Castalia, con la compañía de su mujer, Dianora, también arquitecto, José
Ignacio Alvarado ha estado trabajando en sus ideas.
Las catorce estructuras en
metal que muestra en esta ocasión, han sido agrupadas por José Ignacio Alvarado
con el título De Novela. Sorprende
que la referencia sea literaria. En la postmodernidad las individualizaciones
del arte no son fáciles; sus expresiones se influyen, se mezclan, se
complementan, se enajenan. En la novela, por ejemplo, se expresan la lengua y
el lenguaje, el estilo; la fantasía y la realidad; el juego del tiempo y del
espacio: se presenta un texto y un contexto, pero lo que el autor escribe y lo
que el lector interpreta pueden no coincidir y dar partida a iluminaciones
imprevistas, vuelos mágicos, reelaboraciones misteriosas; incluso demonios o
milagros. Con las estructuras de esta muestra, José Ignacio Alvarado ofrece un
texto, una escritura en el aire, y deja el contexto a la sensibilidad y la
imaginación del veedor.
En estas obras se me dan
fulgurantes concreciones de un espacio que sin ellas es invisible, aunque no
irreal; instantáneos volúmenes. En Arvak,
Alsvid, Pegaso y Unicornio Azul, se
me revela en flash la majestad y la fuerza del caballo, las alas incontenibles
de la imaginación poética, la pureza de la inocencia con antiguas resonancias.
En las que aluden la música y sus
intérpretes, oigo las vibraciones armoniosas de los sonidos y los silencios;
veo los giros perfectos de los danzantes, escucho la voz humana hacia el reino
de los ángeles y los arcángeles. En los amantes que se encuentran, se aproximan y se alejan, se envuelven y se comprometen, siento la trascendencia del amor
sobre lo cotidiano. Y cuando cierro los ojos un instante, me vienen olores, rijosos unos, aromosos otros; me arropa una atmósfera de
quieto regocijo y de gratitud por la vida. Una fiesta de los sentidos.
Se trata de una propuesta.
Raúl Díaz Castañeda. Valera agosto, 2012.
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